Seis de la tarde.
Salgo del trabajo para encontrarme como siempre con un tráfico espantoso. No es
Lima La Horrible, es “Lima es un mounstruo de siete cabezas” . Así creo que se
ha convertido. Además, mis principios de gripe harán más pesado el habitual
viaje de hora y cuarto hasta mi casa, en la vieja couster que me tocó subir con
ruta hacia La Molina-Ate.
Pensando en la pastilla que debía tomar para
bajar un poco la fiebre, intentando cerrar los ojos con tanto claxon y gritos con decibeles altos, así me
encontraba sin presagiar que venía lo peor. En el paradero de Aviación con
Javier Prado, un grupo de 10 barristas obligaron al cobrador y chofer hacerlos
subir al vehículo. A la fuerza subieron, golpeando la puerta, y golpeando al
cobrador que avanzó para no dejarlos subir, e insultando al chofer con todos
los insultos posibles que se puede imaginar en la boca de un mal hincha
enardecido. En tan solos segundos, se iniciaba dentro del carro un cántico ensordecedor.
En tan poco tiempo habíamos sido secuestrados.
Como siempre, no me
había enterado que un partido importante se jugaba cerca de mi casa, para
variar, ubicada cerca de ese estadio que llena monumentalmente de problemas a los vecinos. Veía a mi lado una
señorita aterrada, que me sugirió que guarde mi celular, cuando intenté
registrar ese indignante momento. Lo guardé y fue lo mejor. Los barristas,
llenos de una ira idiota y desequilibrada, seguían insultando al chofer y a los
policías que veían de lejos, como si se hubieran salido con la suya. Atrás del
vehículo se ubicaron los más bravos, por no decir los más descerebrados, y
entre ellos el que parecía su líder, un hombre maduro de 45 años que a su edad
debería estar haciendo otras cosas que ser el jefe de esas pandillas desenfrenadas
y agresivas. Fue este tipo quien empezó a fumar marihuana, riéndose y jactándose
entre sus compinches por la gran osadía. De pronto otro crema, quien se sentó
al lado del chofer para amedrentarlo, le gritó que no lo haga: “ ¡ no fumes se
consciente pe´tío !” , consejo que generó una tremenda pelea a boquilla en
medio de los rostros absortos de los pasajeros.
Siguiente paradero: el
Jockey Plaza, como era obvio, bajó aquí la mayoría de los pasajeros. Yo me
cambié de sitio y me puse más cerca de la puerta. No quería bajar. Me daba
bronca que tenga que hacerlo yo en vez de esa banda de maleantes. Entonces
decidí seguir mi camino, enrollando las tiras de mi cartera entre mis brazos y
bien pegadas a mi cuerpo. Subió un buen grupo de gente, la que también quedó
pasmada cuando ni bien avanzó el carro, las manos de estos vagos empezaron a
golpear la carrocería fuera de las ventanas, cantando frases agresivas como
cantos de victoria.
A mi lado, un
adolescente de 12 años aplaudía todas las pavadas que decía el líder mayor. Me pregunté
si sus padres sabían sus andadas y con quienes paraba, y llegué a la lamentable
conclusión que le espera un futuro de delincuencia y pandillaje. Las frases
insolentes no cesaban, las ofensas a las muchachas que caminaban en la calle, y
hasta un chico de aspecto punk y peinado extravagante fue el punto de insultos y burlas de alto calibre. Pobre,
le tocó pasar justo cerca de estos hampones. Tantas groserías juntas que me
hicieron sentir volar en fiebre de 40 grados. Y mi cara de desesperación no
advertía para nada a los policías apostados en el camino. Hasta uno contestó el
saludo sarcástico de quie
nes debía controlar.
Paradero de la avenida
Ingenieros en La Molina: los revendedores convencían a nuestros secuestradores
a través de las ventanas la compra de los tickes con rebaja, por ser una
mancha. De pronto, la mitad decidió bajar para comprar cuando el semáforo
estuvo en rojo. En verde, el chofer la quiso picar. Para su mala suerte, no
contó que estos malandros que se creen con poder, también creen tener alas, y
se lanzaron colgándose de las ventanas, entrando furiosos para golpear sin
piedad al cobrador y después al chofer. Decidieron bajar del vehículo escupiendo
y lanzando un sinfín de maldiciones e improperios. Así habían impusieron sus
reglas.
Cuando volvió la calma dentro del carro, unos
comentaban que les habían robado, y me di cuenta que el chofer era un abuelito,
a quien le había caído varios puñetes en la cabeza. Me enteré llegando a casa
que la Universitario de Deportes se enfrentaba con Velez Sarfield en un partido
de la Libertadores. A propósito de la última muerte en el Estadio Monumental,
escuché a Walter Oyarce decir que la violencia que genera las barras bravas nos
cae tarde o temprano a todos. Es cierto. Durante el secuestro de la combi, pudo
haber pasado cualquier cosa. Lamenté aquella vez ser hincha de la U.
0 comentarios:
Publicar un comentario