Hace mucho tiempo yo era una enfermera de impecable uniforme
blanco. Después me convertí en la niña de una granja, y cuidaba a mis animalitos, siguiendo la secuencia de una locución en off. Me sentí tan especial
cuando mi mamá me vistió con un monumental traje de colores, y sólo sabía que
tenía que zapatear y zapatear. No puedo creer que aquella vez había bailado una
danza típica de Cuzco. Una foto registra mis mejillas rosadas y un labial
rojo en mis labios delgados apretados por la risa. Yo, la última de la fila, antes de salir con mis compañeras a bailar un festejo en falditas cortas. ¿Qué será de sus vidas?,
nunca las volví a ver. Era de la época donde todos te miraban, donde las fotos
te rodeaban, donde cada uno de tus movimientos eran celebrados hasta las
lágrimas. Epocas donde eras para tus padres, su mayor orgullo. Recuerdos del
nido que asocio al lado de mi hermana, a
veces en instantáneas agarradas de la mano. Hay una foto con nuestras Misses,
la única, ellas felices, y nosotras, agarrándolas de la mano pero con el
cuerpo ladeado con ganas de escaparnos a jugar.
Qué pena que no recuerdo sus nombres, quizá Mariella se acuerde aún. Lo
que sí debe recordar mi hermana es que bailó tan bien y tan concentrada una pieza que negroide que ya había acabado la
pista y ella seguía moviendo las caderas mientras los papás celebraban y sus
amiguitos se mataban de la risa. Y a estas alturas ya no creo que le dé tanto
roche. Igual hay una foto que lo comprueba. Son momentos que los guardo
tan bien en mi corazón, y que se repiten con mis hijos.
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