A ver. Cuando tenía
11 años, mi papá me regaló de porrazo tres libros y me dijo: “toma, lee”.
Los recuerdo perfectamente. Eran tres biografías: Abraham Lincoln, Miguel Angel Buonarroti y
Simón Bolívar. Los leí al toque. No sólo recuerdo los títulos, sino también su
contenido hasta ahora, porque me gustaron mucho. Recuerdo también que cuando
tenía 12 años, mi papá me regaló mi primer libro cristiano: “Si Dios me ama, ¿por
qué me sale todo mal?”, ideal para una adolescente jajaja. Recuerdo también que
cuando tenía 10 años, mi abuelito me regaló mi primer diccionario en tres
tomos, y me escribió una dedicatoria que decía: “cuidale mucho hijita”. Recuerdo
también cuando estaba en inicial (o sea, en la era del pleistoceno), que nos
llevaron a un crucero que había llegado al puerto del Callao. Recuerdo también como toda la chibolada ingresaba
entusiasmada a la gran embarcación. Ya dentro, nos hicieron caminar hasta un área
donde había muchos cuentos que podíamos coger. Recuerdo a mi hermana y a mí agarrando rapidísimo los que podíamos. Después fuimos contentas
a enseñarle a mi mamá. Recuerdo las veces que me han regalado una Biblia. Y por
ello, recuerdo que eso gesto me animó a leer capítulos seguidos. Me hago recordar a mi misma también que nunca
he sido una gran lectora. Pero estoy agradecida que de niña siempre alguien me ha motivado a abrir
un buen libro. Ahora el deber es trasladar
ese hábito en los hijos.